Otra globalización es posible

Contra el capitalismo*
 
Aun cuando algunos señalan el fin de la crisis de la economía mundial, existen evidencias de la gravedad económica social de la coyuntura, puesta de manifiesto en el crecimiento de la miseria, la pobreza, el desempleo. No hay dudas de que la crisis la pagan los trabajadores y los pueblos. ¿Es posible otra realidad? El movimiento de resistencia a la globalización capitalista sustenta un programa alternativo y hace esfuerzos por constituir un sujeto popular mundial que otorgue materialidad consciente a sus propósitos. La lucha es por otra globalización. Contrario a lo que muchos le endilgan, el movimiento no es “globalifóbico”. No hay fobia a la mundialización, sólo al contenido capitalista de la misma.

El orden mundial promovió la transnacionalización de la economía, alentando un proceso de libre movimiento de los capitales. Este es un programa empujado por los capitales más concentrados del mundo y sustentado en el poder político, diplomático y militar de los principales Estados capitalistas y los organismos internacionales que pretenden ordenar y legislar sobre el sistema mundial. Es una tendencia continua asumida como respuesta a la crisis de rentabilidad del capital a fines de los ‘60 y comienzos de los ’70. El terrorismo de Estado en el Cono Sur de América es inseparable de este proceso, del mismo modo que opera hoy, con la complacencia del sistema mundial, el militarismo estadounidense.

Junto al programa de máxima del capital surgió la resistencia popular que se desplegó por distintos carriles y se manifiesta actualmente en un sujeto diverso que reconoce distintos aportes. Uno de ellos es el movimiento mundial contra la liberalización de la economía, puesto de manifiesto en campañas contra el Libre comercio (como el ALCA); contra la OMC; por el no pago de la deuda externa y contra la militarización, ahora enfocada en el rechazo a la instalación de bases militares estadounidenses en Colombia. Otra manifestación proviene de la organización de un movimiento popular global, cuyo máximo exponente es la saga del Foro Social Mundial cuya primera reunión se realizó en 2001 en Porto Alegre, Brasil. Un tercer componente se asienta en gobiernos surgidos de la dinámica de resistencia popular y que animan la lucha contra la crisis capitalista intentando nuevas y creativas formas de articulación global. Es el camino del ALBA y su banco, los acuerdos para establecer una nueva arquitectura financiera al interior y más allá de ese proceso de integración, tal el caso del Banco del Sur, los acuerdos de cancelación de intercambio comercial con monedas locales y las experiencias de articulación productiva para asegurar la soberanía alimentaria, energética y financiera.

El orden mundial de 2010 es muy distinto del de 1990. En dos décadas se pasó de la ofensiva del capital, el Consenso de Washington y la liberalización de la economía mundial, a la crisis del orden capitalista. Además, se presenta un contradictor al orden social vigente. Hasta 1990 la contradicción se manifestaba como socialismo versus capitalismo, para dar paso con el colapso soviético a la unilateralidad del capitalismo. Se abrió camino el pensamiento de “fin de la historia” y ahora con la crisis se habilitó nuevamente el debate sobre el orden mundial. Esto se puso de manifiesto en Copenhague, donde unos en el Norte (liderados por Obama) quisieron mantener el statu quo de un desarrollo capitalista destructor de la naturaleza –con compensaciones menores a los subdesarrollados del Sur–, y otros pretendieron discutir el derecho al desarrollo capitalista del Sur (China, India, Sudáfrica, Brasil). Sólo una minoría asentó el problema en el capitalismo: los países que integran el ALBA. El presidente venezolano llevó al recinto oficial del debate, el sentimiento popular de quienes luchaban desde afuera del cónclave de los gobiernos, al señalar que “si la crisis medioambiental fuera un banco, ya la habrían salvado”.

La crisis capitalista es un hecho y una oportunidad. Existen dos sujetos en pugna por ordenar el sistema y superar la crisis. De un lado, el poder económico que articula desde la centralidad de las transnacionales el poder mayoritario de los Estados capitalistas y los organismos internacionales y otros ámbitos de articulación, como el G-20. Del otro, se presenta un conglomerado diverso y no articulado de movimientos populares y gobiernos que aún fragmentadamente levantan un programa contra el orden en crisis y sus instituciones. Por eso se sustentan auditorías de la Deuda Externa; se levantan rechazos a tribunales del estilo Ciadi; se propone eliminación de Tratados Bilaterales de Inversión y Tratados de Libre Comercio.

Constituye una discusión abierta el decurso que asuma la lucha para salir de la crisis. El interrogante es cuál de los contradictores se impondrá. El papel del poder apunta al logro de los consensos para la continuidad de la depredación de la naturaleza y la explotación. ¿Qué papel asumirán los pueblos para afirmar un proyecto emancipador?

* Artículo publicado en el diario Página 12 del lunes 25 de febrero de 2010. Leer nota completa aquí.

Conflicto de poderes y pago de la deuda

El poder económico recibió con beneplácito el Fondo del Bicentenario. La decisión de asegurar las cancelaciones de los vencimientos privados y de organismos internacionales para el 2010 contó con el apoyo local y mundial de quienes requieren la normalización de la inserción capitalista de la Argentina en momentos de crisis de la economía mundial.



Los principales Estados capitalistas han dispuestos cifras millonarias para el salvataje de bancos y empresas en crisis, con lo que no debe sorprender que las decisiones de política económica local vayan en ese sentido y aseguren la voluntad de pago. Es el deseo de los acreedores, un abanico que expresa parte del poder económico mundial. El paquete incluye a los holdouts y al Club de Paris. Todos esperan se les pague, la totalidad de la deuda o una buena negociación según sus intereses.


El canje del 2005, el pago al FMI en 2006 y todas las cancelaciones operadas en los últimos años expresan voluntad de pago de la deuda y reinserción en el sistema financiero internacional, como una parte de la continuidad del capitalismo en la Argentina.


Un problema inesperado resultó ser ahora la “autonomía del BCRA”. Queda demostrado con un absurdo como la “política” en la Argentina está pagando caro no modificar la institucionalidad de los 90´, entre otras la “autonomía del BCRA” inscripta en la carta orgánica de la institución. La política monetaria es un instrumento clave de toda política económica y no puede disociarse en falsas autonomías al servicio de las demandas del poder económico.


Lo curioso es que ahora, con la decisión del pago de la deuda a tenedores privados y organismos internacionales por 6.569 millones de dólares en el 2010, en acuerdo con el Fondo del Bicentenario, el “poder económico” reclama la subordinación del BCRA a la decisión de pagar del poder ejecutivo nacional. Es el pronunciamiento de las asociaciones de bancos, de ADEBA y de ABAPRA. En el mismo sentido se pronunció la CGT, asociado claramente a las políticas de gobierno.


¿Cómo se salda la crisis institucional?


El gobierno quiere que el titular del BCRA renuncie y este resiste. La decisión aparece condicionada por una comisión parlamentaria que motivada en el recambio legislativo aún no está conformada y hay receso hasta marzo próximo. La presión política entre el Poder Ejecutivo y el presidente del BCRA continuará, tanto como los juegos de poder entre el oficialismo y la oposición de derecha. Esa situación agudizará los elementos de crisis política que hay en la Argentina desde la ruptura de sectores de las clases dominantes, del agro y la industria con el gobierno. La medida de pagar deuda apunta a recomponer lazos con el poder económico mundial y es lo que debe colocarse en discusión.


La sociedad, especialmente el movimiento popular, debe manifestar su voluntad de modificar la agenda de prioridades e incidir en la crisis política para contribuir a satisfacer necesidades populares insatisfechas. La Argentina no necesita nuevo endeudamiento, sino reorientar su política económica en función de las necesidades de millones de personas con dificultades para acceder a sus derechos a la alimentación, la educación, la salud o la vivienda, el trabajo y una calidad de vida adecuada. Los recursos en la Argentina existen, el problema es su utilización.


No es él problema el suscitado en torno a la “autonomía”. Hay que volver a instalar que no se puede pagar deuda con el hambre de la población, que los fondos públicos deben utilizarse para la recuperación de una economía popular que resuelve necesidades insatisfechas y se articule con un proyecto de integración regional que discuta el orden capitalista en crisis.